Recuerdo que leí un artículo en el tren -el talgo mítico-, mientras viajaba de Madrid a Alicante, en papel, en el tiempo que comencé a estudiar la aburrida carrera de Derecho que por suerte dejé o nos dejamos de mutuo acuerdo, -transitaba en el calendario el noble año de 1989-. La ‘cosa’ es que el titular del artículo era: ¿Cuántos son 2 + 2? y hablaba de un proceso de selección de personal para una empresa.
Me duele no recordar al autor, ni siquiera el puesto. Aún así, el peso frágil de mi memoria no ha olvidado la reflexión.
Imagina, estás en un proceso de selección y te preguntan:
¿Cuántos son 2 + 2?
Única pregunta.
¿Qué dirías?
Puntos suspensivos…
Te dejo que pienses e imagines a cientos de candidatos mirando el papel, la imagen que el paisaje ofrecía a través de los ventanales, los examinadores con cara circunspecta, el sonido de una silla que corre metálica y, tú, pensando en 4 o en que esperan originalidad.
Más puntos suspensivos…
Pues bien. La columna, el artículo -de verdad me fastidia no recordar al autor, creo que el periódico era Diario16- daba la respuesta final, al menos la respuesta que ofreció el único/a que acertó tal cual quería el tribunal examinador.
Si lo pensamos, ahora, tampoco era tan difícil.
La respuesta adecuada era:
2 + 2 es lo que diga el jefe.