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La generación tiktok no pagará tu pensión

Shoplifters of the world unite

Vaya por delante que Aristóteles o Platón o Sócrates, los filósofos, aborrecían de la juventud de su época. Se supone. Vete a saber si es cierto eso que se dice que decían «Los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad o: ¿Qué les pasa a nuestros jóvenes? No respetan a sus mayores, desobedecen a sus padres, ignoran las leyes, su moralidad decae». No sé griego y no tengo a mano el texto original. Es sencillo pensar que esas frases sean apócrifas, vamos que son falsas.

 




Sea como fuere, supongo que para todos es fácil pensar que nuestros mayores pensaban, si no eso, algo parecido sobre nosotros, de mi generación, ya talludita y falta de oxígeno pulmonar suficiente para apagar las velas cumpleañeras de un solo golpe porque son muchas. Acordémonos del «cojo manteca«, que no sabía de números clausus, pero sí de protestar en esos años ochenta que correspondieron a nuestra juventud emancipadora y displicente.

Shoplifters of the world unite

El reflejo de las miradas de las nuevas generaciones se empotra sobre la pantalla de su smartphone (maldito anglicismo) que les compramos cuando apenas tenían doce años.

Me ha dado por reflexionar sobre estas nuevas generaciones juveniles, vilipendiadas, sojuzgadas y puestas en la picota por su forma de hacer y, sobre todo, de entender el tiempo libre, que suele ser abundante. El reflejo de su mirada se empotra sobre la pantalla de su smartphone, tablet (malditos anglicismos) que les compramos cuando apenas tenían doce años. No vaya a ser que quedaran rezagados de la realidad y de sus contemporáneos. El error fue de los padres, de mí mismo y mi mismidad, de la sociedad, de las necesidades mal entendidas, pero ahí está, que no se puede quedar sin batería porque el mundo se acaba. Algo parecido a lo que nos ocurre a nosotros y a nuestras mismidades.

Estoy viendo la peli Shoplifters of the world, obligada visión para un amante de The Smiths, de Morrissey, quien junto a mi admirado y prologuista inmejorable, Luis Antonio de Villena, descubrieron el universo loco e inteligente del gran Óscar Wilde, y que intenté revivir en Wilde encadenado (ya he puesto la cuña publicitaria), pero con razón.

Morrissey, The Smiths, en un lúgubre cielo de plomo manchesteriano protestaron por la miseria ideológica que circundaba en ese momento ochentero del siglo XX. A mi me convencieron de la vacuidad que nos rodeaba con música pop, popular, que nada decía de la vida y los sentimientos reales, que era plástico inocuo de trémulos estribillos sin fondo. Y los sigo escuchando, en un reverdecer que viene y va, pero que queda. Eso le falta a nuestra nueva generación imbuida por la estupidez facilona del tiktok de moda, que dura segundos, o de la rebuznancia de las redes sociales. Dame like, que si no me deprimo. Algo parecido a lo que nos ocurre a nosotros, sus mayores. ¿Miento?

Hang the Dj

La realidad es una mierda
La música es una vía de escape
Esta música es la salvación.

En la peli, basada en un pasaje real, pero recreado, un admirador del grupo musical irrumpe en una emisora de radio, pistola en mano, tras el anuncio de que la banda deja de existir, con objeto de que la música de The Smiths suene sin parar en las ondas herzianas para conocimiento general y necesario. En la peli se enuncia ese texto que antecede a este párrafo: «La realidad es una mierda, la música es una vía de escape», dice el locutor secuestrado. A lo que el apóstol de los Smiths, responde: «Esta música es la salvación».

«Los viejos lo creen todo; los adultos todo lo sospechan; mientras que los jóvenes todo lo saben»

Escuchen a The Smiths, póngaselo a sus hijos, que son bilingües (se supone). Hacen falta ahora porque no hay nada que lo pueda superar desde ese poético punto de vista. Han pasado miles de años, o eso parece, pero este mundo, pandemias a parte, se va a la mierda y las nuevas generaciones no tienen dónde agarrarse más que a los diez segundos del tiktok más esperpéntico o al regetón más facilón. Hace falta profundidad. Algo de profundidad y desarrollo. No se trata de que nos paguen las pensiones (que también), se trata de que sean inteligentes, discernidores y puedan prestar atención a algo, más de diez segundos. Cada vez nos parecemos más a los peces. Todos.

La culpa siempre es de alguien. Recuérdenlo. Y yo entono la mía. Apago el móvil y recuerdo las palabras del gran Wilde: «Los viejos lo creen todo; los adultos todo lo sospechan; mientras que los jóvenes todo lo saben». Aún me siento joven, aunque perturbadoramente equivocado. No podía ser de otra forma.