Os cuento cuándo entendí que nos íbamos a la MIERDA (I)
Tendría 13 o 14 años. Mis padres regentaban una pastelería en la madrileña calle de Guzmán El Bueno -lo mismo ahora, ese Guzmán bien podría pertenecer a la fachosfera, ¿quién sabe?-.
La cosa es que en la misma finca, de esa pastelería, residía la periodista Victoria Prego. Y mi padre alquiló una plaza de garaje para aparcar su Seat 133, un utilitario más que decadente.
Y, yo, infante, en la adolescencia, mientras en la tele ponían V -la serie de extraterrestres que nos invadían-, iba a la pastelería, aprendiendo el oficio y acompañando a mis padres y bajaba al aparcamiento, también para limpiar el 133.
Y una vez -después de saber que allí vivía-, me topé con ella.
Solo con verla, enarcaba las cejas y me sentía admirado, sorprendido y reconfortado.
Me recuerdo en una imagen de absoluta e irredenta admiración.
¡Es ella!, me decía, cuando reverberaba en mí su
eterna voz modulada en Televisión Española.
Imagina la comparación vocal cuando llegue la de Broncano,
que no sabe ni vocalizar (pero que pagaremos a millones públicos).
A mi manera, emulaba su ejemplo y el de tantos otros y OTRAS.
Ametrallando la máquina de escribir, queriéndome ser escritor o periodista,
¡PERO SIEMPRE LIBRE!
Como ella.
Victoria Prego parece ahora una excepción, pero no lo es. Algunos/as/es desconocen la historia y, por eso, se la han inventado, o la simulan, o les han engañado. !Qué lástima!
Pero mujeres, repito mujeres, como Victoria Prego dieron forma y voz libre a una democracia que está desapareciendo.
Y quien no quiera verlo o es ciego o está en el contubernio.
Victoria. DEP.
Y gracias reverenciadas.