Dijeron: «Hay demasiada cafeína
En tu torrente sanguíneo
Y una falta de sabor real en tu vida»
Dije: «Déjame en paz
Porque estoy bien, papá.
Morrissey.
Me atrevo a publicar el prólogo de uno de mis libros de relatos: «Retazos de un mundo INcoherente«, que le dediqué a mi padre, y que ahora ve su traducción al inglés. Más allá del sentimentalismo filio-paterno, creo que hay una historia detrás, sobre -o bajo- la que (casi) todos nos podemos sentir identificados de alguna manera. Lo cierto es que lo que cuento es tan verdad que me estremece. Aquí se lo dejo…
A mi padre
Querido lector, amada lectora.
Gracias por acercarte a estas historias, a estos retazos.
En realidad, no sé porqué escriben los demás. Ni porqué alguien lee.
Yo hago ambas porque algo me lo impele. Manejar el lenguaje y convertirlo en imágenes. Eso. Dibujar paisajes y retenerlos en palabras más allá del pensamiento. Sorprender. En eso de escribir, he de confesar que a veces lo paso mal. Padezco de un frustrante sentimiento de exigencia, que me hace olvidar el disfrute de contar una Historia que imagino como apasionada y apasionante. Y que nunca se colma.
Aunque hubiera preferido ser futbolista, supongo que fui un trovador o cualquier otra cosa parecida en alguna de mis vidas anteriores. Quién sabe. La cuestión es que algo me empuja a hacer esto. Y si disfruto de algo en la vida, siento la obligación de compartirlo.
Mi padre, infinito filósofo sin saberlo como tantos otros, solía decir:
“Manos que no dais, ¿Qué esperáis?”
Sigo su noble ejemplo… siempre que puedo. Desde este momento, estos retazos, en conjunto, son suyos y de las personas a las que se los dedico por una razón concreta. Poco puedo ofrecerle ya a mi padre, más que el recuerdo sentido. Me gustaba cuando, ya jubilado, le regalaba novelas que él leía al sol de la mañana en el parque. Suena a tópico. ‘El viejo y el mar’, ‘Pulp’, ‘El cartero de Neruda’ y otras más. No tuvo oportunidad de conocerlas antes, y sé que disfrutó leyéndolas porque después eran motivo de conversación. Lo que no había sucedido en esos términos antes. Y, mi padre, sin entusiasmo fingido, decía lo que le gustaba, lo que le sorprendía y lo que le hacía reír. Era un gozo compartido porque, lógicamente, le regalaba las novelas que a mi me gustaron. Intuía que a él también. Si no, ¿Qué mal hijo, no? Además, ya no me llamaba “intelectual” como si fuera un insulto suave cuando discutíamos. Algo habitual en tiempos pretéritos.
Permíteme (con beneplácito paterno): estos relatos también son tuyos: Querido lector, amada lectora.
A mi padre seguro que le gustarían. Más que nada porque los escribió uno de sus hijos, uno que en el crepúsculo le regalaba novelas para tener de qué hablar, proporcionándole el más económico viaje que podía permitirse por otros Mundos que compartir: “El perfume”, “Crónica de una muerte anunciada”, “Réquiem por un campesino español”. Pero lo que más le gustó fue lo de Bukowski y lo de Hem también.
Siempre agradecido.
Para ti y para Jose: con la memoria despierta.
Feliz viaje por siempre.
José Carlos Bermejo.
Madrid, Junio de 2020.