Hoy no hablaré de mis libros, bueno casi. Toda una novedad 😀
Hubo un tiempo en que viajaba asiduamente en el Metro de Madrid. Desde mi barrio, el Barrio del Pilar hasta Atocha; después cuando cambié de domicilio, desde la estación de Canillas a idéntico destino. En ese (sub)Mundo suceden tantas cosas… Algunas visibles sin forzar la vista ni la inteligencia; otras entre las líneas que escriben los viajeros en sus conversaciones cruzadas, de las que soy un empedernido (cotilla) seguidor. Solo tienes que prestar atención, siempre, incluso para que no se deslice una ‘mano enemiga’ en el bolsillo donde guardas la cartera. La vida es así y la vida en el Metro, el sub como llaman en otras latitudes, es parecida a la de afuera.
Una lección de vida
De todas esas imágenes que han quedado impregnadas en mis recuerdos viajeros en metro para siempre, como una lección de vida, emerge una que sucedía de forma incólume cada mañana. A primera hora, demasiado temprano, todavía con el regusto de la pasta de dientes tras el primer café y el sueño ondulante marcando en la mirada el letargo no curado en la noche…
Allí estábamos todos los viajeros. A la espera del siguiente tren. Y allí estaba él. Cronométrico. Era de baja estatura y en invierno su cabeza se vestía con un gorro de lana negro calado hasta las cejas. Llegué a pensar que quizá había en ello un gesto que le evitara cierta vergüenza. Quizá solo fuera un pensamiento absurdo de novelista con ínfulas y misterios (que no son tantos) por descubrir. Llevaba su guitarra colgada al hombro. En cuanto el tren comenzaba el viaje, la desenfundaba, sacaba el instrumento y comenzaba a tocar. Solía comenzar con el «Gracias a la vida que me ha dado tanto» de Violeta Parra, un tema escrito en el lejano año de 1966 y que quien más quien menos recordará; con solo nombrarla puede que resuene en la musicalidad de tus recuerdos…
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto
Así yo distingo, dicha de quebranto
Los dos materiales que forman mi canto
Y el canto de ustedes, que es el mismo canto
Comienza un nuevo año: 2021, y por razones que desconozco, mi cabeza me trajo en la madrugada ese recuerdo: Dar gracias a la vida… Y pensé en aquel hombre, aquel tipo que cada mañana, hiciera frío o calor, descubría su talento para ganar un dinero. Era serio, tímido en apariencia, quizá. Me daba la sensación de que tocaba la guitarra y cantaba como si no hubiera nadie frente a él. O como si pretendiera ausentar nuestra presencia. Pensaba en si tendría familia y en qué forma la expresión de su suerte le había llevado hasta allí. Y, sobre todo, pensaba si acaso él mismo asumía lo que cantaba en el preámbulo de su concierto diario. Si en verdad, había un motivo para darle las gracias a la vida. Si era por la risa o por el llanto…
Para mi 2020 no ha sido un mal año, salvando la fatalidad de la pandemia, a nivel personal, familiar y profesional no puedo quejarme. Sería injusto. Además, en verano publiqué nueva novela con Li es un infinito de Secretos y mis dos libros de relatos están proceso de traducción, uno de nuevo al italiano, el más reciente, Retazos de un Mundo Incoherente; y el primero, Retazos de un Mundo Imperfecto, al inglés.
Creo que un 1 de enero es un buen momento para volver a darle gracias a la vida. Aunque solo hayamos pasado la página del calendario, se abren nuevas perspectivas; siempre esperando ese soniquete pregrabado que también forma parte de mis recuerdos de viajero subterráneo, tan incólume como la guitarra de ese hombre admirable: «Próxima estación: Esperanza».